TEATRO AFICIONADO VERSUS

TEATRO PROFESIONAL


Ahora ya no importa cómo se es.

Esto es así gracias al invento de la “imagen” pública que comenzó desde que el hombre es hombre y por el cual “lo que parece uno ser” importa más que “lo que se es”; y gracias al empeño que los asesores de imagen ponen en su cuidado se ha llegado a su actual y máximo nivel de perfección con la creación del “star system” de Hollywood.

Se fabrica un o una “star” como se fabrica un coche, un mueble, un clon.

El actor aficionado es una perla escondida. No es conocido por cien millones de personas, como ocurre con cualquier estrella del cine norteamericano. Sin embargo es más “verdad” que éste.

El actor o actriz de cine norteamericano es un invento, una creación, de un equipo de gente, expertos en imagen pública. No existe en la realidad, no es una “persona”. Todos quieren ver y tocar este perfecto invento. Luego, estas gentes reales, que están detrás de esa imagen, a veces patinan, a veces se rebelan, a veces golpean al fotógrafo, irritados.

El actor, o actriz, aficionado no va protegido de esa “concha de nácar y titanio”. Está desnudo, es casi él mismo en el escenario. No parece ser. Es.

Por eso lo que comunica al público es más verdad y menos engaño y tiene menos vueltas y menos enredo.

Por eso, y porque no se juega ninguna “imagen de marca registrada”, puede dar más registros, hacer pensar más y divertir con más verdad, que las estrellas.

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